de www.gendes.ac, el jueves, 25 de noviembre de 2010 a las 17:57
Por Alexis Hernández | México, 2010.
La violencia de género no es un problema de las mujeres, sino un problema para ellas. Algo así decía un texto de Luis Bonino que alguna vez leí. Y en efecto, la violencia de género es un problema de los hombres que la ejercen en detrimento de las mujeres. Es un problema que no les corresponde exclusivamente a las mujeres resolver—aunque muchas veces parecen ser las más interesadas en resolverlo—sino que les corresponde en gran medida a quienes la ejercen: nosotros, los hombres.
Sin duda la violencia la aprendemos de distintas maneras en las estructuras e instituciones sociales, entre las que se encuentran también las mujeres, pero como lo ha documentado Daniel Welzer-Lang, la llamada violencia machista la aprendemos de manera vertical y principalmente de los que “ya saben ser hombres.” Y aprendemos a ser hombres a través de ritos violentos. Así, el aprendizaje de la violencia machista es a la vez sumisión al sistema patriarcal y reproducción del mismo. Desmantelar ese aprendizaje y construir otro también puede ser doloroso, pero necesario.
Reproduzco aquí una cita de Johan Galtung que recientemente leí en un artículo y que me parece muy oportuna: “La paridad entre los géneros no debería alcanzarse criando a las niñas como a los niños, ni criando a ambos en posiciones más o menos intermedias, sino criando a los niños como a las niñas y haciendo a los padres más parecidos a las madres.” Y lo subrayo. Entre otras cosas, esto significa procurar mayor permisividad para la expresión de las emociones y las demostraciones de ternura, cuidado y afecto por parte de los hombres en todas las etapas y esferas de la vida.
Es a lo que llamo “renunciar al bigote.” La idea la tiene su origen en un grupo de mujeres del estado de Puebla que se hacen llamar “Las Bigotonas” y que proponen el uso del bigote para enfrentar las prácticas machistas cotidianas, por ejemplo “cuando quieras ser tomada en cuenta en una reunión donde predomine la idolatría masculina, ¡ponte tu bigote!” En el caso de los hombres, renunciar al bigote no significa afeitarse todos los días, sino en principio cuestionar para luego poder rechazar todas aquellas normas y mandatos sociales que refuerzan el privilegio masculino. En resumen, renunciar al bigote significa renunciar a todas aquellas ventajas y privilegios que la sociedad impone por el simple hecho de ser hombres.
Juan Guillermo Figueroa sostiene que la práctica de hablar en masculino para incluir tanto a hombres como a mujeres, ha ocasionado que en nuestro discurso los hombres seamos tan obvios que no somos capaces de hablar sobre nosotros mismos. Y sí. Muchas veces los hombres que nos manifestamos en contra de la violencia contra las mujeres, lo hacemos como si fuera un fenómeno ajeno a nosotros mismos y pareciera que estamos hablando por ellas, cuando ellas pueden hablar por sí mismas.
Lo que quiero enfatizar es que no es suficiente que los hombres nos manifestemos cada 25 de noviembre si no miramos hacia nosotros mismos y si tampoco aprendemos a hablar sobre y por nosotros mismos. No es suficiente si no somos capaces de explorar, entender y transformar nuestro papel como hombres en la reproducción y perpetuación de la violencia. De paso enfatizar en que este proceso de renunciar al bigote también exige a las mujeres renunciar a ser beneficiarias del privilegio masculino en los casos en donde esto ocurre.
Tanto hombres como mujeres tenemos el potencial de ser reproductorxs o transgresorxs de las normas de género patriarcales. Como hombres es necesario reconocer que la violencia de género es nuestro problema y que es principalmente a nosotros a quienes nos corresponde asumir la responsabilidad de resolverlo. Ya las mujeres sabrán, como lo han demostrado, hacer lo suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario